domingo, 23 de junio de 2013

DIARIO DE VIAJE. CASI CUATRO DIAS SOLO POR ROMA

2ª PARTE

            Dónde lo habíamos dejado?... a ya. Pues eso, terminé en Piazza Venezia… Veréis, Roma, una vez te acostumbras, es muy fácil de recorrer sin peligro a perderse, por un lado tienes el rio “El Padre Tiber” y, por otro, el gigantesco Vittoriano, el “Altar a la Patria” o, como lo llaman algunos romanos “la tarta nupcial” (bien visto… si que lo parece, tan blanquito y tal alto), de forma que, teniendo este monumento casi siempre a la vista (solo hay que subir a alguna pequeña altura y ya lo tienes a la vista), puedes andar todo lo que quieras que te servirá de “faro” para dirigirte nuevamente al centro de la ciudad sin problemas y, por el otro lado, pues tienes el rio, otro gran “faro” por el que guiarte.

            No suelo coger transporte público, de manera que siempre hago todas mis rutas andando (lo que me ha llevado a batir algunos records, el último son 12 horas y media seguidas andando). No es que no aconseje cogerlos, lo único que pasa es que Roma es para andar y los transportes públicos te hacen perder el contacto con la calle y te impide hacer pequeños descubrimientos, cosa que, en Roma, es muy habitual, una pequeña fuente, un rinconcito tranquilo, un palazzo en el que no te habías fijado… No obstante, si lo que se pretende es ir de “A” a “B”, sin más, pueden resultar útiles las líneas de autobús, el metro o el tranvía (todavía tengo pendiente una rutita en tranvía que… en fin, la próxima vez).

            En fin, continuando, el destino que me había fijado era Monti, un barrio que conocía poco (más bien poquísimo) y en el que pretendía visitar un jardín que había conseguido pasarme desapercibido en todas las ocasiones anteriores. Se trata de los jardines de la Villa Aldobrandini. Situados en uno de los extremos de la colina del Quirinal (llamada por los romanos Collis Latiaris), cerca de las desaparecidas Termas de Constantino y con una genial vista hacia la parte trasera de los mercados de Trajano. 

            La primera villa fue construida sobre los restos de un edificio del siglo II (del que aún pueden verse restos en la entrada por Via Mazzarino). Fue la residencia del cardenal Pietro Aldobrandini, sobrino del papa Clemente VIII, el cual la reconstruyó pero cambiando la orientación del cuerpo principal del palazzo, dirigiéndolo hacia via Panisperna. La villa, al parecer, se encontraba decorada con una valiosa colección de obras de arte de los principales artistas italianos (Bellini, Da Vinci, Tintoretto, Mantegna, Tiziano, Veronese), uno de sus tesoros era el fresco romano del siglo I llamado “Boda de Aldobrandini”, que hoy se encuentra en la Biblioteca Vaticana. El problema, como siempre, es que esta colección (según se dice por problemas de herencias), se perdió enterita… En 1929 el Estado Italiano compró la Villa y abrió el jardín al público.


            En cualquier caso, es una visita que aconsejo, la entrada, como ya he dicho antes, se encuentra por Via Mazzarino, que es una callecita que nos encontramos a la derecha nada más empezar Via Nazionale. Sinceramente, ya no solo por las geniales vistas que nos encontramos, sino porque es un auténtico remanso de paz y tranquilidad en pleno centro de Roma y junto a una de las vías con más tráfico de la capital y, curiosamente, poco conocida (nada diría yo), incluso para la mayoría de los romanos, excepto los residente del Rione di Monti, of course.

            En fin, tras visitar y disfrutar de este jardín (me costó marcharme, lo reconozco), me dispuse a dirigirme a Via del Boschetto con la idea de visitar a mi amigo Alberto y los compañeros de En Roma, el problema es que, como es natural en mi, me había entretenido más de la cuenta “limpiándome la baba” por las calles de Roma y se me había hecho algo tarde, de forma que, tras recorrer la calle unas tres veces en ambas direcciones (lo que me permitió descubrir algunas tiendecitas de interés), siendo ya cerca de las siete y pico de la tarde, localicé las oficinas pero, Oh, triste devenir!!!, ya se había marchado a casa (En serio Alberto, mis más sinceras disculpas, la próxima vez pago yo lo que sea menester como castigo). En fin, que ya que estaba por aquella zona, que mejor que disfrutar un poco de Monti, así que me dediqué a recorrer un pequeño trozo de ese, para mi, “mundo ignoto” de Monti. Yo ya conocía parte de este distrito (Via Panisperna, Via Cavour, Nazionale y poco más…), pero, francamente, pasear por él fue un auténtico placer y un gran descubrimiento. Además de la gran cantidad de tiendecitas interesantes (objetos hechos a mano, anticuarios, galerías de arte…) y restaurantes (uno de mis preferidos es La Carbonara, en Via Panisperna y su genial vino “Sette mandate”, curiosamente elaborado por una cooperativa de presos de la prisión de Velletri), es lo que yo llamo un auténtico barrio romano, con su gente sentada en las puertas de los comercios, donde todo el mundo parece conocerse y unas cafeterías estupendas…genial paseo.


            Desde que preparé el viaje e hice, más o menos, la “hoja de ruta” de los cuatro días, había decidido que el viernes, dado que no sabía como iba a resultar el viaje ni en que condiciones iba a llegar a Roma, no fijar nada concreto… Bueno, no mentiré, me había fijado una ruta a modo de opción, esto es: “puedo entrar por aquí, luego subo por esta zona y, quizá bajar por allí hasta este punto, si acaso…”, lo gordo lo guardaba para el sábado y el domingo. Dada la hora (en Roma anochece una hora antes que en España, de forma que calculaba que sería de noche a eso de las 8,30), decidí subir por mi querida Via Nazionale y rendir pleitesía a tres de mis lugares favoritos:  Quattro Fontane, Piazza della Republica y la Iglesia de Santa María de la Victoria (donde se encuentra la impresionante escultura de Bernini “El éxtasis de Santa Teresa”). Los dos primeros lo conseguí, el tercer “target” fue fallido, había misa y, que quieres que te diga, a mi cuando hay misa, me parece una falta de respeto pulular por las capillas de una iglesia…, puedes creer o no, pero el respeto a los demás no creo que esté sujeto a creencia, así que, nada más entrar y ver la situación, opté por una retirada estratégica…

            Me gustaría hacer una pequeña parada en Via Nazionale y explicar un poco su historia, digo un poco porque no es que tenga mucha, construida en el siglo XIX para unir la estación Termini con el centro de Roma, fue, en principio, bautizada como Via Pia, en honor del papa Pio IX, se completó a final del XIX como parte de la nueva Roma del Resorgimento, pretendiendo unirla la nueva carretera que transcurría a lo largo del Tiber por el Corso Vitorio Emanuele II, sin embargo, la demolición de varios edificios, como el Teatro Dramático Nacional, empañaron esta nueva obra de ingeniería que trataba de unir la “Estación Central” de la Ciudad con los barrios más poblados.


            Desde mi punto de vista ( y digo desde, que no se que manía es la que tiene ahora la gente de decir "bajo mi punto de vista", bajo un punto de vista no se puede ver nada, desde si...), pasear por esta avenida es uno de los placeres que Roma regala a los sentidos, Via Nazionale es un crisol de mil vidas distintas, de mil culturas y mis lenguas, en ella se pierde el turista que, bajando de Stazione Termini, se interna de lleno en el bullicio romano buscando ruinas e historias, transita el hombre de negocios o el funcionario en busca del “espresso dopio” de la mañana, la recorre de punta a cabo el repartidor, el comerciante, el policía y… la disfruta el paseante que, como yo, solo busca el sonido y el placer de mirar y admirar su textura cultural, su movimiento rápido y preciso y que, incluso, se permite el lujo de parar un minuto y, sentado en las escaleras del Palazzo delle Esposizioni, contempla el ir y venir de la vida en roma como un espectáculo…

            Respecto a Quattro Fontane, es una de esas perlas que Roma guarda para quien sabe encontrarlas y admirarlas, no solo por las cuatro esculturas que adornan las cuatro fuentes en si (que, por cierto, representan al rio Tiber, rio Arno, a la diosa Diana y a la diosa Juno), sino por si situación, se encuentra en el punto más alto de la Colina del Quirinale, una de las siete colinas de Roma, sino que, además, posee una característica única en la ciudad, desde este punto se pueden observar, a lo lejos, los obeliscos de Santa Maria Maggiore (al este), del Quirinal (al sur) y de Trinita dei Monti (al oeste) y una de las últimas obras de Miguel Angel Buonarotti, la fachada interior de Porta Pia (al norte). Construidas en mármol travertino, esta obra dividida en cuatro partes fue encargada por el papa Sixto V (podemos ver sus insignias representativas, la estrella y la cabeza del león tallado en el tanque, así como el “trimonzio” en el que se apoya la figura de la diosa Diana), se llevó acabó entre 1588 y 1593 aprovechando los nichos existentes en las esquinas de los edificios, lo que no está tan claro es quien fue su autor o autores…


            Como ya he dicho antes, andaba sin un rumbo concreto, solo paseaba, el problema es que eran cerca de las 7,30 y acababa de caer en la cuenta que, desde que, a eso de las 10 de la mañana, me tomé un café en el aeropuerto, no había vuelto a darle trabajo a mi amigo (el estómago, me refiero) y, aunque no es que tuviera ganas de comer nada, pero, como todo en esta vida, para recoger hay que sembrar y si no comes de vez en cuando, llega un momento en el que el cuerpo te pasa factura (el agua tiene que formar parte de tu mochila, eso es indiscutible y necesario, no es una sugerencia), pero, bueno, tampoco tenía que ser en ese preciso momento, así que decidí “dejarme caer” por Via Leonida Bissolati hasta la archiconocida (y preciosa, he de reconocer) Via Veneto, la cual recorrí con tranquilidad, disfrutando y, inevitablemente, acordándome de dos personas en este trayecto… Una, inevitablemente, Federico Fellini y su “Dolce Vita” que la hizo inmortal, junto con los famosos Café de París y Harry’s Bar. La otra mi amigo Fernando, que se empeñó en ir a visitar (digo visitar porque es una costumbre que tiene en cada sitio al que va, visitar…) el Hard Rock Café… (me resultó bastante curioso, he de reconocer y los margaritas no estaban nada mal).

            Al llegar a Via del Tritone, esa “necesidad” que había sentido antes de darle trabajo a mi amigo el estómago, se convirtió en casi una necesidad… que tenía hambre, vamos… Nada a estribor, nada a babor… pues mira, un Burger King de esos me va a valer para cargar un poco y tirar, a fin de cuentas, un sitio de comida rápida, energía instantánea, una hamburguesa, unas patata y una coca-cola… (os acordáis del famoso poema de Poe de el cuervo? Lo que decía el cuervo?, pues eso… Nevermore).


            Con el estómago extrañamente lleno (ya vendrían luego los llantos y rechinares de dientes), y en la esquina de Largo Chigi y Via del Corso, me pareció poco respetuoso acercarme hasta Piazza del Popolo (eso estaba previsto para el sábado), así que, con la noche cayéndome ya por la espalda, me encaminé hacia Via Tomacelli para, desde ahí, atacar al Padre Tiber (otra de mis costumbres, saludar y presentar respetos al creador de Roma) y poder bajar, así, por Lungotevere Marzio… La idea era llegar con algo de luz todavía, a Piazza Navona.

            No se si lo he comentado, pero una de las cosas que no me llevé al viaje fueron las gafas, no es que las necesite mucho, teóricamente solo para conducir y tal, el problema es que me ayudan mucho a ver de noche, momento en el que mi visión pierde su poca efectividad y voy a tientas casi, así que al carecer de esta ayuda, no quería encontrarme excesivamente lejos del apartamento y, menos aún, en alguna de esas callejuelas a las que tan aficionado soy y de las no se como ni a donde voy a salir… 

            No voy a extenderme en describir lo que es Piazza Navona y más a esas horas en las que la luz casi toca levemente los tejados de las casas que la rodean… resumiendo, es un espectáculo casi mágico, místico, de cuento de princesas y príncipes que se encuentran en las puertas de algún palacio para algún baile del que no habían tenido noticia hasta última hora y al que no tenían previsto asistir pero que, justo al cruzar la mirada con el “adlátere” de turno, no pueden imaginar un lugar mejor en el que estar en el resto de su vida…, bueno, algo así, no se si me he pasado un poco en el símil.


           Piazza Navona siempre es una buena opción para dejar escapar unos minutos (u horas), pero al anochecer se convierte en un escaparate de personajes, sonidos y colores absolutamente incomparable. Músicos ambulantes, mimos estáticos, turistas tratando de comprar algún cuadro de última hora, terrazas de restaurantes con su tumulto de mesas y comandas sugeridas por el camarero de turno que trata de convencer a la pareja de alemanes (en este viaje los alemanes eran legión) de que su restaurante es la mejor opción para cenar un típico plato de pasta auténticamente italiana… En fin, todo un festín de conversaciones y situaciones a las que este humilde observador es tan aficionado.

            A las 8,30 horas, como un reloj, el sol decidió irse a la cama y a mi me pilló cerca de Piazza della Rotonda, por lo que, aún con la criminal hamburguesa y sus amigas las patatas, montándome un festival en el estómago, festival que prometía un colofón final a juego con la fiesta, pasé por el supermercado de Via Giustiniani y, tras una extraña discusión con la cajera sobre las bolsas (tengo que prestar más atención, la chica solo me preguntaba si quería bolsas para la compra, pero, entre el cansancio, el festival alimenticio de mi estómago y el romanesco, la cosa casi acaba en una escena típica de Totó y Peppino), salí del establecimiento con un par de botellas de agua, un poco de fruta, una botella de Peroni, una frustración inconmensurable y la promesa (otra vez) de aprender romanesco… después de aprender italiano como Dios manda.

            El apartamento me esperaba y me llamaba como las sirenas a los compañeros de Ulises, así que decidí no hacerlo esperar más y me dejé caer por una Piazza della Rotonda atestada de turistas buscando donde dejar caer sus castigados cuerpos y empeñados en tirarme las bolsas que llevaba en las manos y que tanto me había costado conseguir. Mañana sería otro día y había ruta prevista… Museo del Campidoglio, Jardín municipal de rosas, Aventino… La noche estaba preparada, con un cuerpo reventado después del vuelo, las prisas y los paseos, los pies… en fin, no estaban mal, no hay nada como un calzado adecuado (tomate esto en serio, es importante) y el estómago jugando a la brisca con la puñetera hamburguesa y vitoreados ambos por las patatitas (repito; Nevermore!), una duchita y a dormir, si es posible.


PD: Intento no hacerme pesado y no extenderme en minucias ni fruslerías, pero, me ponga como me ponga, para contar esto bien (que es, al fin y al cabo lo que pretendo, para hacer una birria mejor se está uno quieto), creo que voy a necesitar más de tres partes... aviso a navegantes