Dónde lo habíamos
dejado?... a ya. Pues eso, terminé en Piazza Venezia… Veréis, Roma, una vez te
acostumbras, es muy fácil de recorrer sin peligro a perderse, por un lado
tienes el rio “El Padre Tiber” y, por otro, el gigantesco Vittoriano, el “Altar
a la Patria” o, como lo llaman algunos romanos “la tarta nupcial” (bien visto…
si que lo parece, tan blanquito y tal alto), de forma que, teniendo este
monumento casi siempre a la vista (solo hay que subir a alguna pequeña altura y
ya lo tienes a la vista), puedes andar todo lo que quieras que te servirá de
“faro” para dirigirte nuevamente al centro de la ciudad sin problemas y, por el
otro lado, pues tienes el rio, otro gran “faro” por el que guiarte.
No suelo coger
transporte público, de manera que siempre hago todas mis rutas andando (lo que
me ha llevado a batir algunos records, el último son 12 horas y media seguidas
andando). No es que no aconseje cogerlos, lo único que pasa es que Roma es para
andar y los transportes públicos te hacen perder el contacto con la calle y te
impide hacer pequeños descubrimientos, cosa que, en Roma, es muy habitual, una
pequeña fuente, un rinconcito tranquilo, un palazzo en el que no te habías
fijado… No obstante, si lo que se pretende es ir de “A” a “B”, sin más, pueden
resultar útiles las líneas de autobús, el metro o el tranvía (todavía tengo
pendiente una rutita en tranvía que… en fin, la próxima vez).
En fin, continuando,
el destino que me había fijado era Monti, un barrio que conocía poco (más bien
poquísimo) y en el que pretendía visitar un jardín que había conseguido pasarme
desapercibido en todas las ocasiones anteriores. Se trata de los jardines de la
Villa Aldobrandini. Situados en uno de los extremos de la colina del Quirinal
(llamada por los romanos Collis Latiaris), cerca de las desaparecidas Termas de
Constantino y con una genial vista hacia la parte trasera de los mercados de
Trajano.
La primera villa fue
construida sobre los restos de un edificio del siglo II (del que aún pueden
verse restos en la entrada por Via Mazzarino). Fue la residencia del cardenal
Pietro Aldobrandini, sobrino del papa Clemente VIII, el cual la reconstruyó
pero cambiando la orientación del cuerpo principal del palazzo, dirigiéndolo hacia via Panisperna. La villa, al parecer,
se encontraba decorada con una valiosa colección de obras de arte de los
principales artistas italianos (Bellini, Da Vinci, Tintoretto, Mantegna,
Tiziano, Veronese), uno de sus tesoros era el fresco romano del siglo I llamado
“Boda de Aldobrandini”, que hoy se encuentra en la Biblioteca Vaticana. El
problema, como siempre, es que esta colección (según se dice por problemas de
herencias), se perdió enterita… En 1929 el Estado Italiano compró la Villa y
abrió el jardín al público.
En cualquier caso, es
una visita que aconsejo, la entrada, como ya he dicho antes, se encuentra por
Via Mazzarino, que es una callecita que nos encontramos a la derecha nada más
empezar Via Nazionale. Sinceramente, ya no solo por las geniales vistas que nos
encontramos, sino porque es un auténtico remanso de paz y tranquilidad en pleno
centro de Roma y junto a una de las vías con más tráfico de la capital y,
curiosamente, poco conocida (nada diría yo), incluso para la mayoría de los
romanos, excepto los residente del Rione di Monti, of course.
En fin, tras visitar
y disfrutar de este jardín (me costó marcharme, lo reconozco), me dispuse a
dirigirme a Via del Boschetto con la idea de visitar a mi amigo Alberto y los
compañeros de En Roma, el problema es
que, como es natural en mi, me había entretenido más de la cuenta “limpiándome
la baba” por las calles de Roma y se me había hecho algo tarde, de forma que,
tras recorrer la calle unas tres veces en ambas direcciones (lo que me permitió
descubrir algunas tiendecitas de interés), siendo ya cerca de las siete y pico
de la tarde, localicé las oficinas pero, Oh, triste devenir!!!, ya se había
marchado a casa (En serio Alberto, mis más sinceras disculpas, la próxima vez
pago yo lo que sea menester como castigo). En fin, que ya que estaba por
aquella zona, que mejor que disfrutar un poco de Monti, así que me dediqué a
recorrer un pequeño trozo de ese, para mi, “mundo ignoto” de Monti. Yo ya
conocía parte de este distrito (Via Panisperna, Via Cavour, Nazionale y poco
más…), pero, francamente, pasear por él fue un auténtico placer y un gran
descubrimiento. Además de la gran cantidad de tiendecitas interesantes (objetos
hechos a mano, anticuarios, galerías de arte…) y restaurantes (uno de mis
preferidos es La Carbonara, en Via Panisperna y su genial vino “Sette mandate”,
curiosamente elaborado por una cooperativa de presos de la prisión de Velletri),
es lo que yo llamo un auténtico barrio romano, con su gente sentada en las
puertas de los comercios, donde todo el mundo parece conocerse y unas
cafeterías estupendas…genial paseo.
Desde que preparé el
viaje e hice, más o menos, la “hoja de ruta” de los cuatro días, había decidido
que el viernes, dado que no sabía como iba a resultar el viaje ni en que
condiciones iba a llegar a Roma, no fijar nada concreto… Bueno, no mentiré, me
había fijado una ruta a modo de opción, esto es: “puedo entrar por aquí, luego
subo por esta zona y, quizá bajar por allí hasta este punto, si acaso…”, lo
gordo lo guardaba para el sábado y el domingo. Dada la hora (en Roma anochece
una hora antes que en España, de forma que calculaba que sería de noche a eso
de las 8,30), decidí subir por mi querida Via Nazionale y rendir pleitesía a tres
de mis lugares favoritos: Quattro
Fontane, Piazza della Republica y la Iglesia de Santa María de la Victoria
(donde se encuentra la impresionante escultura de Bernini “El éxtasis de Santa
Teresa”). Los dos primeros lo conseguí, el tercer “target” fue fallido, había
misa y, que quieres que te diga, a mi cuando hay misa, me parece una falta de
respeto pulular por las capillas de una iglesia…, puedes creer o no, pero el
respeto a los demás no creo que esté sujeto a creencia, así que, nada más
entrar y ver la situación, opté por una retirada estratégica…
Me gustaría hacer una
pequeña parada en Via Nazionale y explicar un poco su historia, digo un poco
porque no es que tenga mucha, construida en el siglo XIX para unir la estación
Termini con el centro de Roma, fue, en principio, bautizada como Via Pia, en
honor del papa Pio IX, se completó a final del XIX como parte de la nueva Roma
del Resorgimento, pretendiendo unirla la nueva carretera que transcurría a lo
largo del Tiber por el Corso Vitorio Emanuele II, sin embargo, la demolición de
varios edificios, como el Teatro Dramático Nacional, empañaron esta nueva obra
de ingeniería que trataba de unir la “Estación Central” de la Ciudad con los
barrios más poblados.
Desde mi punto de
vista ( y digo desde, que no se que manía es la que tiene ahora la gente de decir "bajo mi punto de vista", bajo un punto de vista no se puede ver nada, desde si...), pasear por esta avenida es uno de los placeres que Roma regala a los
sentidos, Via Nazionale es un crisol de mil vidas distintas, de mil culturas y
mis lenguas, en ella se pierde el turista que, bajando de Stazione Termini, se
interna de lleno en el bullicio romano buscando ruinas e historias, transita el
hombre de negocios o el funcionario en busca del “espresso dopio” de la mañana,
la recorre de punta a cabo el repartidor, el comerciante, el policía y… la
disfruta el paseante que, como yo, solo busca el sonido y el placer de mirar y
admirar su textura cultural, su movimiento rápido y preciso y que, incluso, se
permite el lujo de parar un minuto y, sentado en las escaleras del Palazzo
delle Esposizioni, contempla el ir y venir de la vida en roma como un
espectáculo…
Respecto a Quattro
Fontane, es una de esas perlas que Roma guarda para quien sabe encontrarlas y
admirarlas, no solo por las cuatro esculturas que adornan las cuatro fuentes en
si (que, por cierto, representan al rio Tiber, rio Arno, a la diosa Diana y a
la diosa Juno), sino por si situación, se encuentra en el punto más alto de la
Colina del Quirinale, una de las siete colinas de Roma, sino que, además, posee
una característica única en la ciudad, desde este punto se pueden observar, a
lo lejos, los obeliscos de Santa Maria Maggiore (al este), del Quirinal (al
sur) y de Trinita dei Monti (al oeste) y una de las últimas obras de Miguel
Angel Buonarotti, la fachada interior de Porta Pia (al norte). Construidas en
mármol travertino, esta obra dividida en cuatro partes fue encargada por el
papa Sixto V (podemos ver sus insignias representativas, la estrella y la
cabeza del león tallado en el tanque, así como el “trimonzio” en el que se
apoya la figura de la diosa Diana), se llevó acabó entre 1588 y 1593
aprovechando los nichos existentes en las esquinas de los edificios, lo que no
está tan claro es quien fue su autor o autores…
Como ya he dicho
antes, andaba sin un rumbo concreto, solo paseaba, el problema es que eran
cerca de las 7,30 y acababa de caer en la cuenta que, desde que, a eso de las
10 de la mañana, me tomé un café en el aeropuerto, no había vuelto a darle
trabajo a mi amigo (el estómago, me refiero) y, aunque no es que tuviera ganas
de comer nada, pero, como todo en esta vida, para recoger hay que sembrar y si
no comes de vez en cuando, llega un momento en el que el cuerpo te pasa factura
(el agua tiene que formar parte de tu mochila, eso es indiscutible y necesario,
no es una sugerencia), pero, bueno, tampoco tenía que ser en ese preciso
momento, así que decidí “dejarme caer” por Via Leonida Bissolati hasta la
archiconocida (y preciosa, he de reconocer) Via Veneto, la cual recorrí con
tranquilidad, disfrutando y, inevitablemente, acordándome de dos personas en
este trayecto… Una, inevitablemente, Federico Fellini y su “Dolce Vita” que la hizo inmortal, junto
con los famosos Café de París y Harry’s Bar. La otra mi amigo Fernando,
que se empeñó en ir a visitar (digo visitar porque es una costumbre que tiene
en cada sitio al que va, visitar…) el Hard
Rock Café… (me resultó bastante curioso, he de reconocer y los margaritas
no estaban nada mal).
Al llegar a Via del
Tritone, esa “necesidad” que había sentido antes de darle trabajo a mi amigo el
estómago, se convirtió en casi una necesidad… que tenía hambre, vamos… Nada a
estribor, nada a babor… pues mira, un Burger King de esos me va a valer para
cargar un poco y tirar, a fin de cuentas, un sitio de comida rápida, energía
instantánea, una hamburguesa, unas patata y una coca-cola… (os acordáis del
famoso poema de Poe de el cuervo? Lo que decía el cuervo?, pues eso… Nevermore).
Con el estómago extrañamente lleno
(ya vendrían luego los llantos y rechinares de dientes), y en la esquina de
Largo Chigi y Via del Corso, me pareció poco respetuoso acercarme hasta Piazza
del Popolo (eso estaba previsto para el sábado), así que, con la noche
cayéndome ya por la espalda, me encaminé hacia Via Tomacelli para, desde ahí,
atacar al Padre Tiber (otra de mis costumbres, saludar y presentar respetos al creador
de Roma) y poder bajar, así, por Lungotevere Marzio… La idea era llegar con
algo de luz todavía, a Piazza Navona.
No se si lo he comentado, pero una
de las cosas que no me llevé al viaje fueron las gafas, no es que las necesite
mucho, teóricamente solo para conducir y tal, el problema es que me ayudan
mucho a ver de noche, momento en el que mi visión pierde su poca efectividad y
voy a tientas casi, así que al carecer de esta ayuda, no quería encontrarme
excesivamente lejos del apartamento y, menos aún, en alguna de esas callejuelas
a las que tan aficionado soy y de las no se como ni a donde voy a salir…
No voy a extenderme en describir lo
que es Piazza Navona y más a esas horas en las que la luz casi toca levemente
los tejados de las casas que la rodean… resumiendo, es un espectáculo casi mágico,
místico, de cuento de princesas y príncipes que se encuentran en las puertas de
algún palacio para algún baile del que no habían tenido noticia hasta última
hora y al que no tenían previsto asistir pero que, justo al cruzar la mirada
con el “adlátere” de turno, no pueden imaginar un lugar mejor en el que estar
en el resto de su vida…, bueno, algo así, no se si me he pasado un poco en el
símil.
Piazza
Navona siempre es una buena opción para dejar escapar unos minutos (u horas),
pero al anochecer se convierte en un escaparate de personajes, sonidos y
colores absolutamente incomparable. Músicos ambulantes, mimos estáticos,
turistas tratando de comprar algún cuadro de última hora, terrazas de
restaurantes con su tumulto de mesas y comandas sugeridas por el camarero de
turno que trata de convencer a la pareja de alemanes (en este viaje los
alemanes eran legión) de que su restaurante es la mejor opción para cenar un
típico plato de pasta auténticamente italiana… En fin, todo un festín de
conversaciones y situaciones a las que este humilde observador es tan
aficionado.
A
las 8,30 horas, como un reloj, el sol decidió irse a la cama y a mi me pilló
cerca de Piazza della Rotonda, por lo que, aún con la criminal hamburguesa y
sus amigas las patatas, montándome un festival en el estómago, festival que
prometía un colofón final a juego con la fiesta, pasé por el supermercado de
Via Giustiniani y, tras una extraña discusión con la cajera sobre las bolsas
(tengo que prestar más atención, la chica solo me preguntaba si quería bolsas
para la compra, pero, entre el cansancio, el festival alimenticio de mi
estómago y el romanesco, la cosa casi acaba en una escena típica de Totó y
Peppino), salí del establecimiento con un par de botellas de agua, un poco de
fruta, una botella de Peroni, una frustración inconmensurable y la promesa
(otra vez) de aprender romanesco… después de aprender italiano como Dios manda.
El
apartamento me esperaba y me llamaba como las sirenas a los compañeros de
Ulises, así que decidí no hacerlo esperar más y me dejé caer por una Piazza
della Rotonda atestada de turistas buscando donde dejar caer sus castigados
cuerpos y empeñados en tirarme las bolsas que llevaba en las manos y que tanto
me había costado conseguir. Mañana sería otro día y había ruta prevista… Museo
del Campidoglio, Jardín municipal de rosas, Aventino… La noche estaba
preparada, con un cuerpo reventado después del vuelo, las prisas y los paseos,
los pies… en fin, no estaban mal, no hay nada como un calzado adecuado (tomate
esto en serio, es importante) y el estómago jugando a la brisca con la puñetera
hamburguesa y vitoreados ambos por las patatitas (repito; Nevermore!), una duchita y a dormir, si es posible.
PD: Intento no hacerme pesado y no extenderme en minucias ni fruslerías, pero, me ponga como me ponga, para contar esto bien (que es, al fin y al cabo lo que pretendo, para hacer una birria mejor se está uno quieto), creo que voy a necesitar más de tres partes... aviso a navegantes