Hace poco más de una semana que he
vuelto de Roma y ya la echo de menos... Mucha gente me pregunta a menudo: “¿Por
qué Roma?, por qué no otro sitio?, por qué siempre Roma?”... la primera
respuesta que me viene a la cabeza es clara: “¿Por qué no?”, pero como mi parte
de gallego no está bastante desarrollada, aunque existente, no está en mi
estilo dar como respuesta una nueva pregunta... ¿Por qué Roma?, para contestar
a esta pregunta me tendría que remontar a mi primer encuentro con la Cittá, la
primera vez que pisé suelo romano, pero eso sería una explicación demasiado
larga y, como es bien sabido, hoy en día se esperan respuestas en plan “pq m
gst mxo”, de forma que derivo siempre a la misma idea, “porque no la conozco”...
y es verdad, después de más de diez años encontrándome casi cada año bajando de
un tren en Termini, aún siento que solo
he rascado la superficie, que no he conseguido profundizar en el carácter
íntimo de la ciudad y, probablemente nunca lo haga, quizá para esto haga falta
quedarse, convivir con Ella el tiempo suficiente, no sé, un par de vidas creo
que sería lo ideal...
Es cierto, no conozco Roma, que no
es lo mismo que saber andar por Ella. El hecho de no perderse se debe,
fundamentalmente, a un buen sistema de orientación interno y, bueno, luego, con
el tiempo, se llega a conocer lo básico, una ínfima parte de su “personalidad”,
un poco de su teoría y algo de su práctica... Quizá, si lo pienso bien, en mi
fuero interno, me niego a conocer todos y cada uno de sus secretos, o al menos,
gran parte. Me gusta que me sorprenda en cada visita con algo nuevo, que me
enseñe algún pequeño secreto que desconocía, incluso que me dé un nuevo punto
de vista de algo que pensaba que conocía.
Romas, creo que ya lo he dicho en
alguna ocasión, hay muchas, tantas como visitantes la cumplimentan, tantas como
ojos la observan. Yo tengo la mía, mi Roma personal, “la mia Cittá”, mi forma
particular de verla y esto es lo que me hace volver casi cada año... Es como
esa adivinanza que crees que estás apunto de entender, pero que, al final, se
te escapa y lo sigues intentando con la ilusión de la primera vez... Roma es mi
adivinanza, mi puzle, mi lugar de recreo...
En este viaje no tenía previsto nada
especial, bueno, exceptuando la Domus Aurea, de la que tenía entrada reservada,
pero, digamos, que no era ese el motivo principal, era solo un aliciente más
para volver. No tenía nada previsto en particular, de hecho, en este viaje no
he pasado por San Pedro, no he ido a Castell Sant'Angelo y, casi ni vi la
Fontana de Trevi, es más, hasta el segundo día, ni tan siquiera pisé el centro
de la Ciudad...
Pretendía vagar un poco por otras
zonas quizá menos transitadas de turistas y, no por ello, menos interesantes,
aunque, al final, descubrí que hay muy pocas zonas que los turistas no tengan
en su punto de mira, la pena es que, la mayoría de las veces, pasan por los
sitios sin apenas fijarse en lo que tienen al rededor, van con el ojo puesto en
la meta y no disfrutan del camino que les lleva hasta esa meta. En mi caso, me
fijé para los primeros días, una meta, ir de tal a tal lado fijándome en el
camino que seguía.
Como es natural, tenía un pequeño
plan prefijado de cuál iba a ser ese “de tal a tal lado”, un esbozo de lo que
quería visitar, pero, como ya he dicho, me interesaba más cómo y por donde
llegar a la meta que llegar en sí, total, tenía todo el tiempo que quisiera
para hacerlo.
Así comenzó o, mejor dicho,
continuó, esta odisea. Como siempre en un aeropuerto, esperando un embarque y
deseando llegar.