No puedo
evitar recordar Roma cada vez que veo una imagen, oigo una sirena de algunas
ambulancias o, simplemente, cuando me preguntan si me pierdo, donde deberían
buscarme…
Hay demasiadas cosas de Roma que me
gustan y no todas por el mismo motivo, cada sitio tiene un por qué o un momento
especial que me lo evocan, a veces no es, ni tan siquiera, un sitio, es un
olor, un sonido, un color… Dicen que Roma produce dos sentimientos totalmente
encontrados, o la odias o te enamoras de ella para el resto de tu vida. Muchos
son los que se han enamorado, poetas, pintores, músicos y… gente normal, como
yo.
Para mi Roma es “mi casa”, es el
lugar donde quisiera estar cada día, es el sitio en el que me gustaría
descansar por siempre. Llegar a Roma es llegar a mi sitio, es conocerla y
entenderla sin haberla escuchado, su gente me resulta tan cercana, tan lógica,
tan comprensible como los que me rodean a diario en la ciudad en la que vivo.
Sin embargo, mi sentimiento hacia ella es tan contradictorio como inexplicable,
estoy deseando ir y, cuando estoy, deseo marcharme, quizá porque se que, un
día, iré y no seré capaz de volver. Cada vez que voy me asalta el pensamiento
de quedarme, de no volver a mi “casa prestada”, de entrar a formar parte del
bullicio que recorre sus calles, de perderme para siempre en el Trastevere o en
el Ghetto y no volver a salir más, de buscar un rincón y quedarme ahí, sin
moverme, casi sin respirar, para que nadie me encuentre, hasta que se olviden
de mi.
Mi Roma no es diferente a la de
cualquiera, a pesar de no parecerse en nada a lo que el resto ve, es íntima, es
entre ella y yo, hablamos bajito, susurrando y nos entendemos casi con
mirarnos, sabe lo que busco y me lo entrega, poquito a poco, para no saciarme por
completo y dejarme siempre con ganas de volver a verla… Se lo que quiere y
trato de complacerla en cada visita, como un amante ideal, acaricio cada una de
sus calles mirando al resto de los transeúntes con celos “no la toquéis!, es mía…” La duermo cada noche con la única
esperanza de despertarla cada mañana. La recorro suavemente, con delicadeza,
con pasión, tratando de empaparme de cada uno de sus callejones como si fuera
la primera vez. Me pierdo y me encuentro solo por el puro placer de volver a
perderme. Me siento y espero a que el resto de su vida pase por delante de mis
ojos, como un niño asombrado, expectante…
Muchas veces me han preguntado por
qué Roma, que es, que tiene… no se explicarlo, no se, ni tan siquiera,
explicármelo, pero algo dentro de mi me lleva a la Cittá, algo me hace seguir
peregrinando cada vez que consigo un par de euros y, después, regreso a España
solo con la sensación de que la he dejado, de que he huido, de que me espera
nuevamente, de que tengo que volver lo antes posible y hablar nuevamente con
ella, recuperar aquella vieja conversación que, siempre, dejamos a medias cada
vez que parto y que, tengo por seguro, nunca terminaré…
Pero hay sitios de la Cittá que guardo para mi, únicamente
para mi, sitios en los que me siento tranquilo, en paz. Sitios a los que huyo
mentalmente cuando la vida diaria me harta, sitios que visito continuamente y
que añoro. Sitios de los que no puedo huir y a los que rindo pleitesía cada vez
que el devenir me permite volver a “casa”. Son cuatro (realmente son cientos,
pero los representaré en estos cuatro) y, advierto, no hay que esperar mucho de
ellos desde el punto de vista turístico, ya digo, son personales, particulares.
1.- Jardín de la Torre de la Milicia (Giardino delle Milizia). (Situacion en Maps)
Situado
junto a La torre de la Milicia y dentro del conjunto arqueológico de los
Mercados de Trajano. Es un pequeño jardín con un banquito situado justo a los
pies de la torre. Es un lugar poco visitado y que ha estado cerrado al público
hasta hace bien poco, la nueva restauración y organización del conjunto
arqueológico (no os lo perdáis, es increíble), lo han sacado nuevamente a la
luz. Un trocito de tranquilidad que queda justo al lado de la iglesia de Santa
Catalina de Siena, en la Via IV Novembre. Tendréis que buscarlo, pero, una vez
que lo encontréis, disfrutad, es como ver pasar la vida desde fuera…, sentados
en el jardín, desde lo alto, ves como la modernidad pasa a toda prisa un poco
más abajo, en la calle y, al fondo, el palacio del Quirinale, es como un poco
irreal, ya veréis.
Os
contaré alguna cosita de la Torre de la Milicia, ya que estamos aquí. Es una
tigua torre medieval de planta cuadrada y actualmente tiene una altura de casi 50 metros. Un
terremoto ocurrido en el año 1348 causó el derrumbe del piso superior y que la
torre quedase levemente inclinada. Originariamente formaba parte de un conjunto
de edificaciones fortificadas agrupadas en torno a un tribunal. También es conocida como "Torre de
Nerón", ya que la tradición afirma que desde la misma el emperador Nerón
vio el incendio de Roma. Esta tradición deriva de la descripción clásica que
dice que él observaba el incendio desde una torre en los Jardines de Mecenas. Su
posesión fue pasando de familia noble en familia noble hasta que en 1.919 fue
comprada por la congregación de Santa Caterina de Magnanapoli que se
encontraba al lado, aunque luego fue demolido.
2.- El jardín de los naranjos. (Situacion en Maps)
Si continuamos caminando desde Santa
María in Cosmedin por la Via Santa Maria in Cosmedi (que es la continuación de
Via Petroselli), con el Padre Tiber a nuestra derecha, a unos 100 metros de la
iglesia encontraremos una pequeña cuesta adoquinada llamada Clivio di Rocca
Savella, al final de esta hay una cancela incrustada en un viejo muro medieval
que, antaño, formaba parte de la fortaleza de la poderosa familia Savelli, esta
cancela (esta cancela está, a veces, cerrada, bastará con terminar de subir la
cuesta y torcer a la derecha, ahí hay otra entrada, justo al lado de Santa
Sabina) nos da acceso al Parco Savello o, como todo el mundo lo conoce Parco
degli Aranci (Jardín de los Naranjos), llamado así por los naranjos
(obviamente) que San Doménico (fundador de la Orden de los Dominicos) trajo
desde España en el siglo XIII.
Situado junto a la Iglesia de Santa
Sabina, considerada uno de los templos Cristianos más antiguos de Roma (fue
fundada en el siglo V por Pedro de Iliria), posee una de las mejores vistas
panorámicas de Roma, pero es, además uno de los sitios más tranquilos de la
Ciudad. Se dice que, hace unos mil años, el emperador germánico Otón III
contemplo y supervisó la construcción de la Iglesia de San Bartolomeo, en la
Isola Tiberina. Lo cierto es que contemplar Roma, el Tiber, San Pedro… sentados
sobre un fuerte olor a azahar (en primavera, se entiende), te hace sentirte la
persona más afortunada del mundo, alguien especial y, si encima tenéis la
previsión de ir a primera hora de la mañana (recordad que en Roma amanece y
anochece una hora antes que en España, por lo que es recomendable no salir del
hotel más tarde de las 8,30 horas), el espectáculo es como para no ser capaces
de contarlo luego, que es, más o menos lo que me pasa a mi…
A pocos metros de este precioso
Parco, se encuentra la también famosa Piazza deli Cavalieri dei Malta, con sus
obeliscos, su Villa del’Ordinedei Cavalieri di Malta, creación de Piranesi (el
cuál se encuentra enterrado en la iglesia que hay en su interior) y el famoso Buco di Roma (buco es agujero, pero en
este caso es agujero de cerradura), por el que, al asomarse, pueden verse tres
estados a un tiempo, el Italiano (pisamos suelo romano), el de la Orden de
Malta (no olvidemos que estamos en la puerta de la embajada ante la Santa Sede
y que, en la actualidad, es reconocida internacionalmente por las naciones como
un sujeto de Derecho internacional, por lo que tiene estatuto de extraterritorialidad)
y, al fondo, el Estado Vaticano (la cúpula de San Pedro), en fin, una de esas
curiosidades que tiene esta Ciudad…
Y, aunque hablaré de este barrio en
otra ocasión, no puedo dejar de aconsejaros que os dediquéis a “perderos” por
el Aventino, que, a pesar de gozar de la peor de las famas en tiempos del
Imperio, actualmente es un delicioso barrio residencial con una tranquilidad
que asombra dentro de Roma… Yo tengo promesa hecha, en cuanto que me toque una
primitiva, casa en el Aventino!
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