« Fra l'altre la vestal vergine
pia
che baldanzosamente corse al Tibro,
e per purgarsi d'ogni fama ria
portò del fiume al tempio acqua col cribro »
che baldanzosamente corse al Tibro,
e per purgarsi d'ogni fama ria
portò del fiume al tempio acqua col cribro »
TUCCIA |
“Oh, madre
Vesta, protégeme. Muchas han sido las acusaciones que se han vertido sobre mi.
Muchos y muy graves los cargos presentados. Si siempre he llevado las manos puras a tus servicios
secretos, haz esto ahora, que con esta criba sea capaz de sacar agua del Tíber
y llevarlo a su templo”.
Con estas palabras nos introduce Valerius Maximus
en el curioso milagro del que, según la tradición, fue capaz la Vestal Tuccia
para demostrar a los magistrados que no había cometido uno de los mayores
pecados de los que se podía acusar a una de estas sacerdotisas, el incestum,
o sea, haber perdido la virginidad, un pecado condenado con una pena
severísima… Según nos cuenta Valerius Maximus, la vestal, para demostrar su
inocencia, llevó agua desde el cercano Tiber hasta el templo de Vesta, situado
en el centro del Foro Romano, con un cedazo sin que cayera una sola gota al
suelo, demostrando, de esta forma, que la diosa Vesta estaba de su lado y que,
por tanto, era inocente de las acusaciones.
Muchas veces se ha utilizado esta imagen literaria
para hacer referencia a la pureza de alguna mujer en la literatura, como hemos
visto arriba en uno de los Triunfos de Petrarca, incluso en la pintura,
no son pocos los retratos de damas en los que aparece, de una u otra forma, el
cedazo haciendo referencia a la prueba de pureza de Tuccia y, por tanto, a la
igual pureza de la retratada…
Isabel I, retratada con el cedazo de Tuccia. |
Pero, ¿quiénes eran estas Vestales?,
¿quiénes eran estas mujeres?, ¿cómo vivían?, ¿a qué se dedicaban?... vale,
vamos a intentar aclarar un poco todo esto y, para ellos vamos a personalizar
en Tuccia, ya que la conocemos, quizá resulte más fácil hacernos una idea si
esa idea la convertimos en una persona con un nombre, comencemos:
Nuestra querida Tuccia era una sacerdotisa de la
diosa del hogar, Vesta, una de las deidades más antiguas de Roma y, como todas
sus compañeras, fue seleccionada a la edad de seis años por el Pontícife Máximo
de entre las más hermosas de las hijas de entre las familias más reconocidas de
la Ciudad. Se consagraban por entero al cuidado del fuego sagrado del hogar,
el cual se encontraba en el centro de su templo, en pleno Foro Romano.
La leyenda de Tuccia |
Tuccia, como el resto de las Vestales (En inicio
eran solo dos, luego pasaron a ser cuatro y, finalmente, seis, aunque parece
ser que, antes de que la orden fuera disuelta defintivamente por el emperador
Teodosio en el 391 DC, llegaron a ser siete) era una auténtica excepción dentro
de la religión romana, pues era, el culto a Vesta, el único servido únicamente
por mujeres, es más, estaba prohibida la entrada al templo a cualquier hombre,
a excepción del Pontifex Máximum y su función provenía
de los tiempos de los antiguos pobladores, cuando a las muchachas jóvenes y
solteras se les encargaba la tarea de vigilar el fuego sagrado, ya que no
tenían familia ni tareas hogareñas que atender.
Casa de las Vestales. Foro Romano |
Su
importancia y bienestar eran considerados fundamentales para la continuidad y
seguridad de Roma, por ello se les creo una Casa
de las Vestales en el foro, para que pudiesen disfrutar de todas las
comodidades y su importancia en la sociedad romana las hacía gozar de una serie
de privilegios y honores en todos los actos públicos a los que tenían que
asistir, en los que se les reservaban los mejores sitios.
Cuando Tuccia
tenía que desplazarse, lo hacía en un carpentum
(carromato cerrado de dos o cuatro ruedas)
precedida de un lictor que
portaba fasces para
infligir castigos corporales a los que no respetasen
a cualquier vestal, honor que, en tiempos de la República, estaba reservado a
los magistrados (los lictores portaban fasces solo con varas si el magistrado
tenía derecho a castigo y varas y hacha, como en el caso de las Vestales, si
tenían derecho a aplicar pena de muerte).
Gozaba,
igualmente, de una serie de derechos entre los que se encontraba el derecho de
preferencia de paso o el derecho a librar a un condenado a muerte,
absolviéndolo de la pena, solo con cruzarse con él de forma casual (esto dio
lugar a muchas “aberraciones” en la aplicación de este derecho, como podréis
imaginar). Igualmente, era de las únicas mujeres romanas que disponía de un
estatus similar al de los hombres romanos, pudiendo hacer testamento, aun
viviendo sus padres, así como a disponer de sus bienes y sus herencias sin
necesidad de tutor.
Las leyendas sobre la orden de las vestales nos dicen que las primeras vestales fueron elegidas por Eneas, héroe troyano considerado el padre de Roma y al que todos consideraban padre de los fundadores del Imperio (en realidad, parece que la orden fue creada por Numa Pompilio, segundo Rey de Roma). Vestal era igualmente Rhea Silvia, madre de Rómulo y Remo, la cual, obligada por su tío Amulio (el cual se había cargado a su hermano, el padre de Rhea, para quitarle el trono), asegurándose así de que no habría descendencia que pudiera arrebatarle el trono, el problema fue que Marte no opinaba lo mismo que Amulio y, raptó a Rhea y… bueno, quedó embarazada de los famosos gemelos, el resto de la leyenda supongo que la conocéis, no?, Amulio se entera de la cuestión y abandona a Rómulo y Remo en la orilla del Tiber, en fin…
Pero,
¿cómo llegó nuestra pequeña Tuccia a convertirse en Vestal?, ya hemos dicho
antes que las vestales eran seleccionadas, a la edad de seis años, de entre las
más bellas hijas de las familias más nobles de Roma, de hecho, las familias
pugnaban por que fueran sus hijas las seleccionadas para vestal ya que esto
significaba un gran reconocimiento social para la familia. La elección se realizaba
con una selección previa de las aspirantes, lo que reducía su número a cuatro,
luego se introducía en una vasija unas tablillas con los nombres de las cuatro
aspirantes y el Pontifex Maximum
sacaba una con el nombre de la elegida (elección hecha por la diosa Vesta,
naturalmente). A la elegida se la separaba de su familia, de hecho, el padre
perdía sobre ella el derecho de Patria
Potestad, que pasaba al Pontifice Máximo; luego era llevada al tempo donde
se realizaba una ceremonia de admisión como Vestal. Esta ceremonia consistía en
primero cortarle el pelo, luego la suspendían de un árbol (sin que tocase el
suelo) como muestra de su ruptura con la familia y su independencia de la misma
(no dicen por donde la colgaban ni cuánto tiempo estaba colgada), tras esto la
vestían de Vestal, con un velo en la cabeza y le entregaban una lámpara
encendida; después eran llevadas a la Casa de las Vestales, donde comenzaba su
aprendizaje (aprendían a leer, los nombres de los dioses, como realizar los
ritos, a comportarse en los actos público y, por su puesto, a mantener el fuego
sagrado encendido) que duraba 10 años.
La vida
de Tuccia como Vestal, durante los 30 años de servicio que las vestales se
comprometían a cumplir (como ya hemos dicho, los 10 primeros años eran de
aprendizaje, los siguientes 10 eran de servicio y los últimos 10 años eran como
maestras de las jóvenes discípulas, tras los cuales, podían elegir marcharse
del templo y hacer vida normal, aunque la mayoría optaban por quedarse), no
fueron, como ya hemos visto al principio, todo lujo y privilegios;
parafraseando aquella peli: “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad” y
Tuccia y sus vestales estaban sujetas a un sistema de castigos para las que
incumplieran sus funciones realmente duros.
Fue Numa Pompilio el primero
en dictar que debía hacerse cuando una Vestal rompiera sus votos, Pompilio
establece que el crimen debía ser pagado con la lapidación. Pero un rey
posterior, Tarquino, impondría un castigo tan cruel y severo que incluso haría
temblar el sólo hecho de pensar recibirlo. Este constaba en que, si se
encontraba a una vestal culpable de romper sus votos, el castigo procedería
primeramente con el despojo de la vitta
y demás insignias de prestigio y religiosidad de las vestimentas de la sacerdotisa.
La vitta era una banda que rodeaba la cabeza, hecha de lana de color blanco o
tintada en púrpura, que servía para confinar las trenzas (crinales vettae) que, en el caso de las vestales, identificaba su
posición sagrada en la sociedad, de hecho la vitta no podía ser utilizada por libertiane y, por su puesto, por meretrices, por lo que
era visto como un pudoris insigne (señal
de pudor). Posteriormente se la maniataba
y la envolvían en un sudario como si fuera un cadáver. Una vez preparada se la
colocaría en una litera con la cual se exhibiría en una procesión por el Foro,
tal cual como si fuera un funeral normal. Pero lo macabro del castigo llegaría
cuando al llegar al Campus Sceleratus el Pontifex Maximus levantaba sus brazos
y, tras una secreta plegaria, se abría una lápida en el suelo enfrentaba a la
Vestal a una escalera por la que se la obligaría a descender. La cripta estaba
cerrada y tapada con tierra, con lo que, como os podéis imaginar, encontraría
una muerte lenta y tortuosa enterrada viva; para prolongar este sufrimiento dejaban
agua y unas hogazas de pan en la cripta. Entre otros métodos de castigo también
se encontraba el de azotar a la mujer hasta provocarle la muerte, este castigo
en particular era realizado en el Forum Boarium y era aplicado cuando la vestal
olvidaba su labor fundamental de mantener el fuego sagrado encendido.
Si bien los castigos eran brutales muy pocas veces fueron aplicados. En más de mil años sólo se conoce de 22 Vestales castigadas por romper sus votos. Se podría deducir que el terror de tal castigo era suficiente razón para no romperlos. Pero más allá de esto el motivo más fuerte era la excelente vida en la opulencia y la comodidad que éstas mujeres llevaban. Muy pocas se arriesgaron a perder los beneficios de ser una Vestal, aunque también se conoce el caso de la vestal Julia Aquila Severa, que levantó un gran revuelo en Roma al romper sus votos y casarse con el emperador Heliogábalo, como es lógico, dado que era la esposa del Emperador, no fue castigada, pero sí que vinculó su nombre a la infamia, que no es poco...
Pues ya conocéis quién
era y a que se dedicaba nuestra querida Tuccia, os contaré que, efectivamente,
fue acusada injustamente de violar el sacrosanto voto de castidad, con el
consiguiente castigo que eso conllevaba y que el motivo de su acusación fue que
se negó a cruzarse en el camino de un condenado a muerte que, para más señas,
era hijo de una adinerada familia romana; ya sabéis que si una Vestal se
cruzaba “casualmente” con un condenado a muerte, este quedaba, inmediatamente,
perdonado de todo delito. Como es natural, esto daba para mucho y no era raro que
las más poderosas y ricas familias de Roma “pagaran” al colegio Vestal para
que, alguna de sus vírgenes salvaran la vida de alguno de sus miembros… Nuestra
Tuccia no quiso “pasar por el aro” y su castigo fue una falsa acusación de incestum, de la que salió airosa gracias
a la intervención de la diosa Vesta (esto último, el motivo de la acusación, me
lo he inventado yo, no se sabe el por qué de la misma, pero me gustaría pensar
que nuestra Tuccia fue una heroína en toda regla y que, como tal, recibió la
ayuda de Vesta).
Otra Vestal de la que,
tal vez, habréis oído hablar es Tarpeya,
hija de Espurio Tarpeyo, gobernador de la ciudadela Capitolina, que traicionó a
los romanos abriendo las puertas de las murallas a los sabinos. El motivo de la
traición fue bastante vulgar, los sabinos le había prometido entregarle lo que “traían
en sus brazos” si los ayudaba a tomar la ciudadela, lo que ella no imaginaba es
que lo que los sabinos traían no eran joyas de oro, sino escudos y espadas y
que, además, en premio, la arrojarían al vacío desde la roca que, desde
entonces, lleva su nombre, la “rupes
tarpeia” o Roca Tarpeya.
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